miércoles, 13 de agosto de 2014

Racconto

Ahhh eso de la lengua…

Tengo los días, los ojos abiertos a favor del pecho esquizofrénico por lenguas que se traban,
se enredan en los pezones duros, insolentes,
ansiosos de bocanadas de ira, de insomnio permanente,
casi tan violento como el torrente de tu vagina en mis labios, en la nariz, en el mentón, en mis dedos, en mis vidas pasadas,
esa pulpa que en un instante se solidifica en mi boca, y luego fluye intenso, amenazando el hambre de 100 años, de 100 continentes  en el estómago, esófago, paladar, en las orejas.
Eres la mañana fresca, con ese olor de madrugada que no quiere marchar, el brillo en las gotas del rocío, la blanca tibieza del primer despertar.
Tus uñas me dibujan, y desde las palmas de tus manos, orillando mis ideas, se abre como mis piernas jugosas, empapadas con tu furioso pecho fregándome la espalda, la verdad gruesa, de abismo que solo descansa con el crujir de la carne, con membranas palpitantes tejidas a turno, en musculatura lenta, como tirabuzón, un desatornillador duro e irrespetuoso en que se transforman nuestras lenguas sedientas de orgasmos.
Nuestro rezo que hoy divulgo:
Que tu vientre se descubra siempre para mis húmedos recorridos.
Que mi lengua como boa erecta, te alcance desde lejos,
Que para siempre arañes mis tripas en tus gemidos,
(el clítoris de mi espera, moja hasta las posibilidades.)
Que mis dedos naufraguen rozando tu entrepierna, queriendo entrarte hasta el codo, en público,
porque eso amiga mía, es lo que nos calienta, las miradas hirvientes, fogosas del resto, que quisiera estar en nuestras lenguas prohibidas.

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